Este día pusimos rumbo a Arashiyama, para ir a ver el bosque de bambú. Este día fue el único que nos hicimos un poco de lío con los trenes... Porque hay uno que lleva directamente pero que pasa a una hora en concreto y bueno, nos liamos un poquillo pero conseguimos pillarlo y llegar tal y como estaba planeado. Si no recuerdo mal, desde la estación de Kyoto hasta Arashiyama hay una horita, pero se hace muy llevadero.
Al salir de la estación de Arashiyama, había un mapa orientativo. La verdad es que este tipo de mapas los usábamos bastantes, porque en este viaje me di cuenta que eso de saber ir hacia el norte o hacia el sur lo llevo bastante mal... Al acercarnos al mapa, un señor nos dijo "algo" en japonés (porque no entendíamos nada) y yo supuse que preguntaba qué buscábamos, y le respondí "bamboo forest" y nos señalo el camino. ¡Qué majo fue!
No tiene mucha pérdida igualmente, ya que en el suelo está indicado y está muy cerca de la estación.
Justo antes de entrar, hay unas cuantas tiendas muy monas donde podéis comprar tazas, boles, abanicos... A buen precio, a mi parecer.
Y tal cual pasas de estar en plena calle, tal cual pasamos a estar en el Bosque de bambú. Es una gozada estar ahí dentro, ya que hacía bastante sol y un calor considerable, y dentro del bosque se está en sombra y, ay, qué a gusto se estaba paseando por ahí dentro.
En medio del bosque, hay un pequeño santuario, donde compramos un ema (tablón de madera) para escribir un deseo y dejarlo colgado ahí. ¡Esperamos que se cumpla!
Tras hacer este parón, seguimos andando por el bosque hasta llegar a una explanada - a pleno sol - donde poder sentarse, seguir andando por la montaña y disfrutar sus vistas... Nosotros dimos un paseo por toda la zona antes de hacer un parón para almorzar.
Almorzamos en una tiendecita que hay dentro del bosque, donde probamos los dorayakis... Y la verdad, está mucho mejor de lo esperado.
Ahí mismo decidimos ir al Arashiyama monkey park, porque pensábamos que el bosque sería mucho más largo... Pero no. Fuimos andando desde ahí y, si hacéis el mismo camino, os lo recomiendo, porque es precioso, como todo ahí.
La verdad que el lugar está muy bien vigilado, los monos están a sus anchas, pero siempre recuerdan que no hay que tocarlos ni nada por el estilo. ¡Y las vistas son preciosas desde la cima!
Una vez visitado el parque, bajamos la montaña - esto era más fácil - y nos fuimos de tiendas. He de decir que en Arashiyama está la mejor tienda del universo: una tienda de cajas de música con música de todo tipo, incluido Ghibli, Kimi no nawa... Adoro las cajas de música, me hubiera llevado la tienda entera.
Después de comer y de dar otro paseo, volvimos a Kyoto con otro tren diferente y, sin pasar tan siquiera por el ryokan, fuimos andando (nuestras piernas, plis) hasta el Templo Toji.
Tras la visita, volvimos andando hasta el ryokan a caer muertos un rato porque no podíamos con nuestra vida. Todas las pateadas que nos pegábamos empezaban a hacer mella, ¡pero no podíamos quedarnos quietos! Así que, ya por la noche, salimos a dar un paseo (donde vi el que sería el último corgi del viaje) y fuimos a cenar a un restaurante mediterráneo. Que... Bueno, imagino que lo que pensé yo de la comida de esa cena lo pensarían ellos si vinieran a España a comer comida japonesa. La pizza muy chiquitita, pero rica, y mi chorbo se pidió un kebab que, bueno, de kebab poco. Pero fueron muy agradables y hablaban inglés a la perfección.
Y ya con la barriga no demasiado llena, todo sea dicho, volvimos al ryokan a caer reventados sobre el futón. Oyasumi nasaaaaai.