27/7/17

Japón - Kyoto día 8

Ay, octavo día ya en Japón... Qué poquito nos quedaba ya de estar por estas maravillosas tierras.

Este día pusimos rumbo a Arashiyama, para ir a ver el bosque de bambú. Este día fue el único que nos hicimos un poco de lío con los trenes... Porque hay uno que lleva directamente pero que pasa a una hora en concreto y bueno, nos liamos un poquillo pero conseguimos pillarlo y llegar tal y como estaba planeado. Si no recuerdo mal, desde la estación de Kyoto hasta Arashiyama hay una horita, pero se hace muy llevadero.

Al salir de la estación de Arashiyama, había un mapa orientativo. La verdad es que este tipo de mapas los usábamos bastantes, porque en este viaje me di cuenta que eso de saber ir hacia el norte o hacia el sur lo llevo bastante mal... Al acercarnos al mapa, un señor nos dijo "algo" en japonés (porque no entendíamos nada) y yo supuse que preguntaba qué buscábamos, y le respondí "bamboo forest" y nos señalo el camino. ¡Qué majo fue!
No tiene mucha pérdida igualmente, ya que en el suelo está indicado y está muy cerca de la estación.

Justo antes de entrar, hay unas cuantas tiendas muy monas donde podéis comprar tazas, boles, abanicos... A buen precio, a mi parecer.

Y tal cual pasas de estar en plena calle, tal cual pasamos a estar en el Bosque de bambú. Es una gozada estar ahí dentro, ya que hacía bastante sol y un calor considerable, y dentro del bosque se está en sombra y, ay, qué a gusto se estaba paseando por ahí dentro.


En medio del bosque, hay un pequeño santuario, donde compramos un ema (tablón de madera) para escribir un deseo y dejarlo colgado ahí. ¡Esperamos que se cumpla!

Tras hacer este parón, seguimos andando por el bosque hasta llegar a una explanada - a pleno sol - donde poder sentarse, seguir andando por la montaña y disfrutar sus vistas... Nosotros dimos un paseo por toda la zona antes de hacer un parón para almorzar.


Almorzamos en una tiendecita que hay dentro del bosque, donde probamos los dorayakis... Y la verdad, está mucho mejor de lo esperado.
Ahí mismo decidimos ir al Arashiyama monkey park, porque pensábamos que el bosque sería mucho más largo... Pero no. Fuimos andando desde ahí y, si hacéis el mismo camino, os lo recomiendo, porque es precioso, como todo ahí.



Tras un paseo, llegamos al Monkey Park... Id preparados porque es la muerte eso. Y no por los monos, que tela el carácter que tienen, si no que, hasta que llegáis a la cima de la montaña hay un buen camino. Ay, nuestras piernicitas... ¡Pero a eso se viene a Japón, a andar hasta que se caigan las piernas!
La verdad que el lugar está muy bien vigilado, los monos están a sus anchas, pero siempre recuerdan que no hay que tocarlos ni nada por el estilo. ¡Y las vistas son preciosas desde la cima!


Una vez visitado el parque, bajamos la montaña - esto era más fácil - y nos fuimos de tiendas. He de decir que en Arashiyama está la mejor tienda del universo: una tienda de cajas de música con música de todo tipo, incluido Ghibli, Kimi no nawa... Adoro las cajas de música, me hubiera llevado la tienda entera.

Después de comer y de dar otro paseo, volvimos a Kyoto con otro tren diferente y, sin pasar tan siquiera por el ryokan, fuimos andando (nuestras piernas, plis) hasta el Templo Toji.


Tras la visita, volvimos andando hasta el ryokan a caer muertos un rato porque no podíamos con nuestra vida. Todas las pateadas que nos pegábamos empezaban a hacer mella, ¡pero no podíamos quedarnos quietos! Así que, ya por la noche, salimos a dar un paseo (donde vi el que sería el último corgi del viaje) y fuimos a cenar a un restaurante mediterráneo. Que... Bueno, imagino que lo que pensé yo de la comida de esa cena lo pensarían ellos si vinieran a España a comer comida japonesa. La pizza muy chiquitita, pero rica, y mi chorbo se pidió un kebab que, bueno, de kebab poco. Pero fueron muy agradables y hablaban inglés a la perfección. 

Y ya con la barriga no demasiado llena, todo sea dicho, volvimos al ryokan a caer reventados sobre el futón. Oyasumi nasaaaaai. 


12/7/17

Japón - Kyoto día 7

Vaya noche. Entre el futón que se clava todo, el camión de la basura y que se oía a todo el mundo que pasaba por la calle... Fue la primera vez que las pastillas de dormir que usaba para el jetlag no me hacían efecto.
Las duchas y baños del ryokan eran compartidos, pero la verdad es que estaba todo siempre limpísimo.

Después de haber estado tantos días desayunando lo mismo, el desayuno occidental - cereales, leche, zumo, bollería, arroz, té... - del ryokan nos supo a gloria.

Hoy nos tocaba ir a Nara, que en menos de una hora más o menos se llega perfectamente desde la estación de Kyoto. Yo ya había visto cosas de Nara, de cómo era, de los ciervos... Y se lo había explicado a mi novio, pero se ve que se hacía una idea muy diferente, porque nada más salir de la estación, ya hay muchísimos ciervos paseando a sus anchas, y eso es así durante kilómetros y kilómetros, por lo que él alucinó muchísimo ya que se imaginaba que estaba cerrados y controlados.

Compramos unas galletitas para darle a los ciervos y, yo había leído que si haces reverencia antes de darle la comida, ellos te la devuelven ¡y es verdad! Pero hay que ir con cuidado, que algunos tienen cuernos y a lo mejor al hacer la reverencia te pueden dar, ya que van un poco locos por la comida... Y por las chaquetas, y por todo lo que lleves encima.


Por la zona tenéis museos, templos, jardines, varias tiendas de souvenirs, puestecitos (madre mía que ricos los nikuman, asfasf).

Hubo un momento un tanto curioso ya que, a los ciervos también les dan de comer unos cuidados. Lo gracioso es que el señor les llamaba silbando, bajaban la montañita, pasaban por un riachuelo y volvían a subir donde el señor les había puesto la comida, que era una especie de polvo. Los ciervos Gaviria


También paseamos por los alrededores del Todaiji Hokkedo (pondría nombre de todas las zonas, pero es que es enorme).


Una vez vista Nara, volvimos a Tokyo a descansar un poco -  a estas alturas después de hacer km y km andando duranto el viaje, teníamos las piernas pidiendo ayuda -

Por la tarde, salimos al barrio de Gion, y sí, fuimos andando desde nuestro ryokan, y no estaba precisamente cerca.
A parte de turístico (me hubiera comprado todo lo que había en las tiendas) es muy bonito. Casitas pequeñitas, tradicionales, las luces, el río... Si tenéis suerte, podréis ver maikos. Son fáciles de distinguir entre la cantidad de koreanos que se ponen kimono.


Estuvimos hasta que anocheció dando vueltas por la zona y disfrutándola mucho, hasta que los pies nos dijeron onegai id al ryokan a dejadnos morir un poco.

¡Nos vemos en la siguiente entrada!

6/7/17

Japón - Tokyo -> Kyoto, día 6

Último día en Tokyo... Después de ducharnos y desayunar, hicimos las maletas, check out... ¡Y rumbo a la estación de Tokyo!
Ya habíamos tanteado una vez el terreno en la estación de Tokyo, ya que es de las más transitadas... Pero igualmente tardamos un poco en ubicar dónde estaban las taquillas para comprar los billetes de Shinkansen
Los compramos a través de las máquinas. Pudimos elegir los asientos y la verdad, no fue nada complicado.

Encontramos el andén del cual partía también muy rápido... Tanto que nos tocó esperar, pero creo que así pudimos ver una cosa que, al menos a mi - soy muy impresionable - me fascinó: al llegar un shinkansen que tenga como última parada la estación en la que os encontréis y que este vaya a partir hacia otro destino, veréis como unas cuantas personas con cubos se ubican al lado de las puertas y, una vez haya salido todo el mundo del shinkansen, ellos entrarán y limpiarán todo a la velocidad de la luz, pero no solo eso, ¡giran los asientos para que miren al frente! Era una pasada ver al hombre girarlos como si nada, uno tras otro... Lo sé, es una chorrada, pero lo pienso y me sigue alucinando.

Una vez llegó nuestro tren bala, nos sentamos en nuestros asientos y a disfrutar del paisaje. De la estación de Tokyo a la estación de Kyoto hay unas dos horas creo recordar. 

Una vez en Kyoto, comprobamos que el tiempo por primera vez estaba un poco feucho, caían gotitas y estaba el cielo muy gris, ¡pero por fin un día en el que hacía fresco! 
Nuestro ryokan estaba muy cerca de la estación de Kyoto, así que, como todavía no podíamos hacer check-in a la habitación, dejamos las maletas y nos fuimos a ver el templo Higashihonganji que estaba a 5 minutos del ryokan. ¡Fue la primera vez que nos tuvimos que quitar los zapatos para entrar a un templo!



Después de verlo, dimos un paseo por la zona y nos dimos cuenta de que había mucho más turismo, pero también menos aglomeración en la calle (y ya dije que no me pareció que en ningún momento hubiera demasiada gente por las calles en Tokyo). 
A la hora que ya podíamos entrar a la habitación, volvimos al ryokan para ver nuestra habitación. Ay, qué bonita era. Elegimos en Kyoto quedanos en un ryokan tradicional. El suelo crujía, no se podía ir con zapatos, el suelo era de tatami, íbamos a dormir en futones... Precioso.



Ya una vez acomodados y un poco descansados, como teníamos el Fushimi Inari a nada y menos de distancia, cogimos un tren del año de la pera y pusimos rumbo para allá. He de decir que mi idea del Fushimi Inari eran los 1000 toris y ya... Pero no.
Al llegar había muchíiiiiiiiiisima gente, muchíiiiiiiiiisima. También los típicos puestos donde comprar amuletos, souvenirs, para rezar... A medida que avanzas, se pasa por los primeros toris juntos. Todo eso está llenísimo también, mucha gente haciéndose fotos - y yo que pensaba que con el día que hacía no iría mucha gente - pero, a medida que avanzas, hay menos gente, y puedes disfrutar un poco más del paisaje, puedes hacer fotos tranquilamente y respirar aire de las montañas.

Nosotros - como ya he dicho, teníamos otra idea de lo que era este sitio - avanzábamos, y avanzábamos, y venga subir escaleras, y venga toris... Hasta que encontramos un mapa y ¡resulta que eso es enorme! No llevábamos ni medio camino hecho pero estábamos acalorados de tanto subir escaleras. Pero claro, si se va, hay que hacerlo todo, así que llegamos casi a la cima - ya que por el camino nos metimos en un sitio prohibido y, subir las escaleras "prohibidas" por las que habíamos bajado fue la muerte, pero mereció la pena porque allí el paisaje tenía más pinta de abandonado, era más bonito (sí, aún más).
Ya estaba anocheciendo así que bajamos toooooodo lo que habíamos subido y nos fuimos al ryokan, para dormir por primera vez, en futones.
Pasamos toda la tarde ahí, la verdad, hay que ir. De todos los sitios que fuimos durante el viaje, volvería a este sin dudarlo, lo que transmite este lugar es indescriptible. Además, poder presenciar el atardecer desde ahí... Sublime.




 



Adelanto que yo ese día, dormir, dormí poco, porque me clavaba mis propios huesos. Pero fue el único día en todo el viaje que no pude.

¡Nos vemos en la siguiente entrada!