Viento, frío, lluvia.
Hojas caer.
Estoy en la terraza de mi finca. Sábanas blancas de hospital bailan con el viento un vals. Son delicadas y no se pisan. Están hechas las unas para las otras.
Dejo en el suelo la libreta en la que estaba haciendo los deberes. Me abrocho bien el abrigo y me pongo el gorro.
Corro entre esas danzarinas. Giro mirando al cielo.
El agua está congelada, y el viento arrastra cada gota por toda mi cara. Es una sensación muy agradable.
Quisiera que el otoño no se acabara nunca.
Alguien ha entrado.
Es un niño. Alguna vez hemos coincidido en el ascensor.
Me escondo detrás de una de las pálidas bailarinas. Él me ha visto, pero disimula.
Sin darnos cuenta, jugamos al escondite... igual que ahora. Once años después.
Yo siempre escondida tras una fina tela.
Tú pasando de mi, haciendo ver que te importo.
Y ahora, aquí estamos. Tu y yo sentados en el suelo encharcado, sin haber visto nunca una primavera después de las tormentas. Ya no nos queda nada más que este lugar, sin música. Sin nada que bailar.
Todas ellas se han quemado.
2 comentarios:
Me gusta tu forma de escribir llena de imágenes. Parece sacado de un videoclip de Belle & Sebastian, o al menos, yo le he puesto esa banda sonora a tu relato...
:D me gusta que seas tan observadora y que tus comentarios me hagan decir un: sí, eso es lo que pienso yo también!
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