Cada uno tenemos nuestra propia espalda, apta para soportar el paso de uno, apta para soportar parte de la carga de otro. Apta para apoyarte cuando no te queda nada.
Cuántos gritos lanzaba la mía, llena de alegría y fuera de preocupaciones... No sé qué pasó para que de repente llevara la carga de emociones de otros tantos más. Pero nunca dejé de gritar, y no precisamente de dolor, sino de gritar todas esas emociones, de exponerlas, de tatuarlas en el cielo...
Pero se ha quedado muda. Empiezo a entender que no sirve de nada gritar si nadie oye, no sirve de nada manifestarlo si todos cerramos los ojos... Y entonces las emociones caen, se rompen, se consumen e intentan desaparecer en un vano intento de ello. Gimen del dolor, pero creo que entienden que no se puede sufrir por personas que no ven ese sufrimiento, que no sienten lo mismo...
A las cuales ya no importas y no tratan de disimularlo, fingiendo mal.
Sí, fingiendo mal...
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