A veces me despierto y te pido que me llames Alicia, que me eches sal en las heridas, que recuerdes que mi felicidad está en los caminos pedregosos. Que mi felicidad reside en caer.
Deseo ser otra, que mis reflejos acechen el mundo, que el gris se vaya de mis ojos. Pero siempre me sujetas, mantienes mi alma aferrada a un cuerpo sin vida. Déjame yacer.
No hay espejos en tus ojos que contengan tanta oscuridad sin hacerte daño. Nadie es tan fuerte para sujetar a los vencidos, para reconstruir una mente rota, para hacer feliz sin serlo.

Ella respeta la luz que emiten los demás, pero nadie comprende que en la tristeza uno puede ser feliz. Que el gris es un color más, que los caminos duros hacen que valores más los pequeños detalles, que las rosas tienes espinas para protegerse y aún así siguen siendo hermosas.
Nadie comprende que en el dolor está el sentimiento más gratificante. En la soledad se esconde lo más grande: tu verdadero nombre, tu verdadero ser. Ese que solo tu puedes comprender.
Yo no intento apagar vuestros colores, ¿por qué vosotros queréis poner color en un mundo donde el blanco y el negro se compenetran tan bien?
Alicia sabe que a veces quien más te aguanta es quien te dejará caer, y en cada caída se pierde su nombre.
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