Permaneces inmóvil pero el escenario cambia a cada pestañeo. La gente pasa, te ignora; ni les miras.
Miras a la nada, a un punto fijo. Sostienes tu fe en forma de mitad en la mano, con fuerza.
Alzas el brazo y las lágrimas brotan por tus ojos.
La gente sigue pasando, el dolor de uno no es el dolor de todos. Tu dolor no es importante para el resto. Eres solo una persona entre muchas. Todos sufrimos, no tenemos tiempo para pensar en los demás.
¿Por qué? ¿Acaso hay personas más importantes que otras? ¿Acaso no tenemos millones de cosas en común? ¿Acaso alguien tiene más de una vida como para permitirse pasarlo mal en una?
¿Alguien merece estar solo?
La gente explota a tu alrededor y ni te giras, sigues mirando al punto fijo con el brazo alzado. El rencor te ha ganado. Ya nada importa.
Te olvidas de todo, hasta de ti. No sabes que haces ahí, no lo recuerdas. Todo se ha ido.
Alguien viene y junta algo con la fe de tu mano y la arregla, se hace una. Te sientes fuerte.
Y sin mirarte, se va, dejándote toda su esperanza.
No olvides a las personas que ya no están por poco que estuvieran contigo, porque en el eje temporal de la vida estuvieron siempre y te hicieron feliz.
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