Fue creciendo, y yo; desapareciendo.
Ocupó el tiesto y las malas hierbas se acabaron haciendo con el reino.
La obsesión y el conocimiento del hecho agravaron la conquista. Sumado al hecho de que las defensas se preocupaban más por aquella intervención, el reino quedó al descubierto.
Allá donde surgen las ideas, dos voces se entrelazaron hasta que una venció. Su reino ha durado dos años.
Aquella débil voz se escondía en sombras, sin súbditos a quien aferrarse; aunque tampoco los buscaba. Y ya lo dicen que a veces las cosas cuando menos las buscas, vienen (o suceden).
Vino una luz esperanzadora, y escalón tras escalón recuperó lo que le pertenecía.
Ahora volvía a ser la voz fuerte que un día fue, y fuerte permanecerá para no volver a caer.
Pero esa otra voz, al caer, se rompió en dos partes. A veces se escucha su eco, y sin darse cuenta ha hecho lo que hacía antes, pero atacando ahora moralmente. Siempre quedan secuelas en algún lado si no se ven todas las partes destruidas.
Esos actos impulsivos, ese alivio que ha de sentir después por la culpabilidad de los instintos, no han desaparecido respecto a los actos involuntarios.
Claro que hay veces que nos sentimos culpables, nadie es frío como el hielo. La culpabilidad en menor medida es parte de todos, de la condición humana; pero si es una culpabilidad tras otra es por buscar la solución rápida, con consecuencia de la satisfacción engañosa; cosa que no sucede con la solución correcta.
Ésta es fácil de reconocer, sólo puede haber una.
Qué cosas, ahora sólo tengo una...
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