Quién me iba a decir a mi que trabajar con niños acabaría gustándome tantísimo.
Siento la necesidad de explicar que siempre que trabajo con niños se me quitan un poquito las penas, en caso de tenerlas. ¿Por qué? Porque un niño es sincero, no es nada rencoroso, siempre tiene cariño para dar, te descubre el mundo que ve con sus ojos que no se asemeja ni un poquito a la realidad, te abraza sin pedir permiso, te pide besos aunque esté enfadado... Se acerca a ti para estar en tu simple compañía y hablar. Porque, al igual que los adultos, tienen mucho que contar, y también necesitan ser oidos.
Hay algunos más tímidos, otros más lanzados, santos y menos santos, pero todos siempre acogen a cualquier persona en seguida, pero a lo largo de estas semanas he visto como ha aumentado ese cariño, de manera que me buscan para estar con ellos, para ayudarles. Me demuestran que confían en mi. Y, os prometo, que cuando el niño más despegado, más callado y menos mimoso de todos viene a abrazarte y se queda, literalmente, cinco minutos abrazándote sin irse y sonriendo... En ese momento sabes que estás haciendo bien tu trabajo, y no existe palabra capaz de explicar la emoción de ver como te agradecen tu sola presencia.
Cómo no me va a gustar mi trabajo, si es lo más bonito de este mundo.
1 comentario:
Muy auténtico. Al leerlo me ha venido a la cabeza que todo nos iría mejor si cuidáramos más a nuestro niño interior.
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