Hay mucha gente solitaria en el mundo, y tristemente mucha de ella no lo está por conveniencia o elección, si no porque no han encontrado personas que compartan su tiempo con ellas.
Esta es la historia de Simón, un niño de temprana edad que no tenía más compañía que su imaginación.
Un día, yendo a comprar con sus padres, en la tienda de golosinas vio que quedaba solo un globo. Todos sus compañeros habían sido llevados a un nuevo hogar.
A pesar de estar solo, al globo se le veía feliz.
Simón sintió una conexión con él, como si sus almas solitarias estuvieras destinadas a encontrarse.
Los padres de Simón cedieron a comprárselo, sin mucha resistencia.
Simón estaba feliz, muy feliz. Sus padres jamás le habían visto de esta manera.
Apretó fuerte el globo y le dijo "tu y yo estaremos siempre juntos", a lo que los padres añadieron "recuerda que los globos se acaban yendo, porque su vida no es más que un suspiro."
Simón por un momento pasó miedo, pero... ¡Cómo va a irse si han tardado tanto en encontrase!
No se separaba ni un momento del globo, al cual había llamado Aero. Allá donde iba Simón, iba Aero, y donde iba Aero, iba Simón.
Simón no paraba de hablarle de como se sentía, lo que había hecho durante el tiempo que no se conocían, de lo que le gustaría ser de mayor, de lo que detesta de los demás...
Aero siempre sonreía y asentía con ese leve movimiento que le caracterizaba.
Pero toda esa tranquilidad, parsimonia y amabilidad que desprendía Aero, le acabo trayendo problemas.
Simón creía que eran amigos, y, según su idea de amistad, los dos han de compartir cosas. Simón había compartido sus secretos más íntimos con Aero, sus sueños, sus pesadillas... Pero quería saber las de su amigo también. Quería sentir que Aero confiaba en él. Quería sentir que era alguien importante con el cual formar una amistad.
Está muy bien ser escuchado, pero, por muy callado que uno sea, por muy privado o íntimo que sea consigo mismo, abrirse emocionalmente con los demás es fundamental para que cualquier cosa funcione.
Así, de golpe, un día Simón empezó a juntarse con unos compañeros de clase y se desprendió de Aero.
Aero no entendía nada, ¿por qué ahora todo iba mal? Él no había cambiado, y su forma de ser siempre había gustado.
¿Por qué iba a tener que cambiar si él estaba a gusto con su forma de ser? ¿Por qué Simón ya no aceptaba la amistad forjada? Será verdad que todo dura un suspiro,
Simón ni se despidió. Lo soltó como si de una piedra se tratara, un peso muerto incapaz de ir a donde le guían sus ganas.
Un vendaval sacó a Aero por la ventana. Nadie se dio cuenta de la falta de su presencia en el hogar. Siguiendo el ritmo marcado, entró en otra casa donde un niño muy pequeño le recibió con una gran sonrisa y lo abrazó, tal cual lo abrazó Simón el día que se conocieron.
Aero estaba preparado para hacer feliz a otro niño, pero... No, mejor no pensar en si sería usado de nuevo. Siempre hay que ir con las mejores ideas por delante.
Desde la casa de su nuevo dueño, podía observar el parque en el que Simón ahora jugaba cada tarde con sus amigos del colegio.
Simón reía, saltaba, se caía, lloraba... Pero su vida no podía ser mejor.
Sus amigos le hablaba y él escuchaba, o viceversa. Aero entendió el problema entre ellos dos.
Está bien saber escuchar, pero la gente de tu alrededor también te quiere conocer... Si no lo haces, parece que, a pesar de estar ahí, no confías en ellos como ellos en ti.
La vida no siempre es recíproca, ni nos dará todo lo que queramos, pero debemos saber que, un día, no seremos lo esperado para nuestros seres queridos. He ahí el orgullo de dar el paso y dejar de encerrarnos en nosotros mismos y demostrarles que de verdad les queremos tanto como ellos a nosotros... O de volar a otro lugar, esperando ser aceptados por nuestras rarezas.
El ser humano es incompatible.
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